miércoles, 17 de febrero de 2016

No corra; por favor

No corra; por favor
Carlos Castro Saavedra

Arráiguese en la noción de la parsimonia –tan desacreditada en estos tiempos- y haga lo posible para volverse lento y evitar las carreras desmedidas e inútiles. Vaya despacio al matadero, a la oficina y a la ópera, al bar y a la función de marionetas, a la casa de las begonias y a los labios de la muchacha que lo espera en un sitio cualquiera de la tierra, para que empiece a convertirla en madre.

Demórese diez años contemplando una rosa, naturalmente si le gusta, y un puñado de siglos, que es bien poco, viviendo sin apremios, muriendo entre la tierra con sobriedad y discreción. El afán es el cáncer de ese tiempo, la causa de que el hombre cruce por este mundo como si no cruzara, y llegue al otro triste y acezante.

No salte como un loco por encima de todo, por encima de nada, en este caso, y si le hablan de premios de paraísos, de nirvanas, a condición de que volando, relampagueantemente, se lance a la conquista de las mentiras señaladas, diga que sus verdades no tienen prisa alguna y que no quiere alejarse de su propia existencia.

Hay flores sobre el césped, hay gorriones, hay gotas de roció, hay hojas que comienzan apenas a nacer, hay huellas de pequeños animales nocturnos que deben borrarse, hay una siesta misteriosa que no es aconsejable interrumpir: una siesta de dioses invisibles, de espadas que lucharon en guerras prehistóricas y que merecen descansar. De modo que despacio, prudentemente, humanamente.



No corra, por favor, porque puede salirse de las fronteras de la tierra y caer al vacío, al abismo sin fondo, al cementerio donde están los muertos, horizontales y profundos, escuchando remotamente el escándalo de los vivos.

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